Si de algo estoy seguro es de que las palabras llegan más rápido al corazón que las balas. Esto lo compruebo cada que asisto a una conferencia, mesa de debate o, sencillamente, cuando llega un invitado al salón de clases.
Letrario (tomado de una idea de mi amiga Teresa) es un espacio para demostrar que una maravillosa forma de retratar el mundo es a través de las palabras.
Los textos aquí presentados procuran unir lo periodístico con lo literario, algo que en nuestro país se ha ido perdiendo en el periodismo día a día.
Espero, en verdad, que les agrade lo que escribo, porque es de un anhelado puño y letra de periodista.

Atentamente:
José Arturo García.

21 de octubre de 2010

Gris

En el límite olvidado del Tianguis de las Torres no hay puestos metálicos, únicamente mantas estiradas para colocar encima herramientas, juguetes viejos, ropa usada, películas VHS y demás artículos denominados chácharas.

Poca gente se dirige a esa lejana zona ubicada a casi dos kilómetros de la avenida Tláhuac, desde donde inicia el recorrido. Esa sección no tiene vida similar al resto del tianguis. No hay jovencitas escotadas ofreciendo a gritos pantalones; tampoco posee el colorido del área de frutas y verduras; no tiene el olor a carne asada y jugos de naranja, melón o limón. No hay señores hurgando en busca de la mejor porno de su preferencia. No hay vida.

Las chácharas son la oferta sin demanda. Los dueños de los grises artículos esperan bajo el sol quemante del medio día. Un par de señores morenos, casi negros por el sol y la suciedad, leen la revista Vaquero para distraerse, una señora de pronunciadas canas tiene la mirada extraviada en la nada, otros se pierden en el tiempo hasta con el paso de las moscas sobre su rostro. Pero nadie hace nada por atraer a los compradores de Iztapalapa.

La sombra avanza sobre el asfalto, señal de que ha transcurrido una hora más del día y no ocurre nada. Aquellos que cruzan el limbo es porque necesitan hacerlo: o viven cerca o van a la tortillería patrocinada por Maseca, el maíz de nuestra tierra. Sin embargo, no importa que alguien se avecine, el estoicismo continúa y nadie se pelea por los clientes.

Las personas que preguntan por algún objeto no varían demasiado en el aspecto. Son señores con cara de borrachos, lucen su panza por medio de playeras con las marcas de Cemento Cruz Azul, de Reino Aventura, del PRD o la del club América en tiempo de Zague, aunque el color azul ya es morado y el amarillo se ha vuelto blanco.

El importe por establecerse varia dependiendo del producto y a qué altura del tianguis se encuentren. Para los charareros es de diez pesos pero como no han vendido los sufiente le dicen al “líder” que los aguante. Les pide la mitad y le dan cinco pesos. No hay mayores insistencias y los problemas no pasan a mayores.

Durante una hora de la jornada se vendió una playera en cinco pesos, un desarmador en quince, un cargador de celular en veinte y un par de zapatos en veinticinco. Si bien les va tendrán un venta de alrededor de cincuenta pesos cada uno, pero sus artículos no prometen gran cosa porque la gente no se acerca a ellos y ellos no se acercan a la gente. Así sucede cada fin de semana.

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